La Paria

[Fragmento]

Estaba impactado, hundido en un shock que duró semanas, meses, quizá toda la vida. Ella estaba allí, quieta, como expectante –tal vez, resignada- y yo me asusté al verla. Había estado, quién sabe cuánto tiempo, de espaldas a ella en mi cocina, haciéndome alguna comida de medianoche para bajar la ansiedad y cortar el insomnio. Fue cuando me dí la vuelta que la ví, quietita en el piso, toda marrón oscuro, el marrón de la basura (ese marrón abrillantado que parece coca cola rebajada), una cucaracha flaquita, de las que se asoman en departamentos y no afuera, en las calles de las cloacas. Era chiquita, así que no me dió ningún miedo pensar en pisarla. Es curioso cómo puede asustar pisar una más grande, sigue siendo infinitamente más chica que uno mismo, pero, aún así, lo grande encoge. Quizá sea la posibilidad que la de más tamaño pueda volar, todo lo que vuela es más peligroso que lo que anda por la tierra, eso es sabido.

 

¿Cuál es el tiempo límite para empezar a correr? ¿Cuál era el suyo? Dí un paso decidido, frente a frente con la cucaracha, aunque cuidando que la firmeza no la asuste, que el sonido de mis pies contra el piso no retumbara tanto como para que sus patitas sintieran el temblor y quisieran huir, como si las cucarachas no lo vieran a uno acercárseles. Nada. Ni se movió. Bien ¿Bien? Otro paso. Hice que sintiera el peso de mi humanidad contra el suelo; esta vez, avisé. No sea cosa de que las cucarachas se quejen después por matar sin previa alerta, terminarían pidiendo derechos de ser vivo y luego habría que hasta ganar un juicio para eliminar la paria. Sin embargo ella, nada. Ni las antenas movía. Un paso más, el siguiente sería el definitivo. Nada. Como si correr no estuviera en sus planes, como si huir no fuera importante. La cucaracha estaba inmóvil. Levanté mi pie, listo para dar el zapatazo final, seguro de que iba a irse a toda velocidad, por fin, pero no: mi pie bajó con la fuerza de la intención y, en el tiempo en que uno tarda en levantar los labios para sonreír, lo que estaba vivo no era más que una mancha desagradable en la fina cerámica de mi inmensa cocina, una mancha lista para ser removida y borrada para siempre en el olvido: sin una mención en ninguna historia.

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